De tantos frentes abiertos
tengo muchas heridas abiertas
que sangran cuando palpitan
y, cuando me acuerdo que existen, duelen.
Hablo con ellas,
todos los días les pido
que, por favor, dejen de dolerme.
A veces pienso en ellas y sonrío,
otras veces, las recuerdo con tristeza,
y lloro su vacio.
Al final, la mejor cura
ha sido aprender a vivir con ellas,
y aceptar que a veces duelen,
que van a seguir doliendo,
y que sólo el tiempo las puede cerrar.