Me despierto en una apacible oscuridad bañada por el trino de los pájaros tras mi ventana. Él ya se ha levantado hace un rato pero yo, perezosa, conseguí que se me permita remolonear un poco, como de costumbre.
Aprieto el interruptor que sube la persiana y, poco a poco, la luz del sol inunda la habitación. Los árboles del jardín están habitados por varias familias de pájaros, tal y como pensaba. Al fondo del paisaje, el eterno mar.
Me quedo un rato tumbada contemplando las vistas a través de la cristalera frente a la cama. Este es uno de mis pequeños placeres, ver el mundo desde mi cama. Jamás me han gustado los muros ni las paredes.
Me levanto unos minutos más tarde y, mientras camino por el pasillo, oigo a los niños jugando abajo. El olor a café me invade y llego a la cocina como si hubiera ido flotando. Ahí está él, desayunando mientras lee un libro. Hay tostadas, cereales, zumo y café recién hecho.
- Buenos días, preciosa. ¿Qué tal has dormido?
- Genial, he descansado muchísimo.
- Me alegro, te hacía falta.
Me sirvo el desayuno y me siento a tomarlo cuando él se levanta y me da un beso en la frente. Abre las ventanas blancas de la cocina y la brisa veraniega me roza la cara suavemente.
- Gracias cariño, hace un día estupendo.
- Sí. ¿Te apetece que vayamos a la playa más tarde?
- Pues la verdad es que sí, vayamos todos después de comer.
- Hecho, voy a decírselo a los niños.
Se dirige al salón mientras le doy un último sorbo al café. Desde la sala llega un grito de "¡bien!" de los pequeños, que se alegran por la excursión. Me levanto y recojo mis vasos del desayuno, escucho cómo la estampida que son mis hijos corre hacia donde estoy.
- ¡Mamá, dice papá que luego vamos a ir a la playa a bañarnos!
-Sí, cariño, después de comer iremos. ¿Por qué no vais al jardín a jugar? Hace muy buen día.
Y todos salimos al jardín, lleno de olores a flores y a mar y vientecillo estival.
Me siento en mi hamaca y dejo que el sol me abrace.
Felicidad.
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